Dijeron que vendría una tormenta:
te acercaste despacio hacia mí.
Algo me recorrió la espalda;
un escalofrío de amargos y dulces recuerdos.
Ese día llovió a cantaros,
pero no dulces gotas de agua,
sino tristes, amargas y saladas lágrimas.
Ese día me empapé de tu tristeza,
tanto, que mis huesos se calaron hasta la
médula,
y no pudieron más que prorrumpir en
sollozos.
Los campos se salaron,
y dejaste una profunda huella,
que ni en mil años borrar pudiera.
Las calles se inundaron
y me ahogué en tus penas,
sin poder hacer otra cosa,
que acompañarte en tus sentimientos.
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